Tensiones comerciales y desafíos sanitarios redefinen el intercambio agroalimentario entre México y Estados Unidos

El intercambio agroalimentario entre México y Estados Unidos atraviesa un periodo de contrastes marcado por mayores controles, aranceles y restricciones, mientras ambos países consolidan su interdependencia comercial. Durante 2024, México se consolidó como el segundo mayor comprador de productos agrícolas estadounidenses, superando a China, con adquisiciones que sumaron más de 30,000 millones de dólares y la generación de cerca de 190,000 empleos en el vecino del norte.
En paralelo, el flujo total del comercio agroalimentario bilateral superó los 78,800 millones de dólares, manteniendo una tendencia ascendente por más de una década. Esta integración se ha profundizado gracias a la diversificación del portafolio agroexportador estadounidense y al crecimiento de la demanda mexicana por alimentos de mayor calidad y variedad, impulsada por la expansión de la clase media y cambios en los hábitos de consumo.
Sin embargo, la relación comercial enfrenta crecientes obstáculos. El gobierno estadounidense ha intensificado la aplicación de barreras fitosanitarias y arancelarias sobre productos clave provenientes de México. Un caso reciente es la imposición de un arancel antidumping del 17% al jitomate mexicano, que representa una industria de 3.7 millones de toneladas anuales y exportaciones por 3,161 millones de dólares en 2024. Esta medida afecta directamente a productores nacionales y pone en riesgo aproximadamente 50,000 empleos en Estados Unidos que dependen de la importación del jitomate mexicano.
Adicionalmente, un brote del gusano barrenador del Nuevo Mundo en Veracruz llevó al cierre temporal de las exportaciones de ganado mexicano al mercado norteamericano. Esta restricción amenaza con pérdidas que podrían superar los 400 millones de dólares para el sector ganadero nacional, además de inmovilizar cientos de miles de cabezas de ganado que estaban destinadas a exportación.
El contexto político en Estados Unidos añade incertidumbre. Han surgido advertencias de posibles nuevos aranceles a productos agrícolas provenientes de México, un movimiento que podría replicar el escenario de la guerra comercial de 2018 que provocó costos significativos para productores y consumidores. La Reserva Federal de Kansas City ha señalado que cualquier alteración mayor en el intercambio agropecuario con socios como México, Canadá o China podría tener efectos negativos sobre los ingresos rurales estadounidenses y los precios al consumidor.
En este contexto, la integración de las cadenas productivas entre ambos países es evidente. El trigo estadounidense cruza la frontera para ser transformado en productos procesados en México y luego reexportado como alimentos terminados. Algo similar sucede con otros insumos agrícolas, reflejando una relación de complementariedad y dependencia mutua que trasciende la mera compraventa de materias primas.
Mientras tanto, las autoridades estadounidenses promueven una agresiva estrategia comercial para expandir su presencia en el mercado mexicano en sectores como carnes, lácteos, mariscos y diversos productos especializados, aprovechando la complementariedad estacional y las ventajas derivadas del T-MEC. Sin embargo, el equilibrio entre expansión comercial y restricciones regulatorias se mantiene frágil, en especial ante presiones sanitarias y políticas en ambos países.
En resumen, la relación agroalimentaria México-Estados Unidos está sujeta a tensiones crecientes. Si bien la integración beneficia a ambas economías y sustenta miles de empleos en la región, la vulnerabilidad ante disputas comerciales, brotes sanitarios y cambios de política comercial exige estrategias de diversificación y mayor cooperación bilateral para garantizar la estabilidad y el crecimiento sostenido del sector.
De cara al futuro, la resiliencia de la economía mexicana en este escenario dependerá de la capacidad del sector agroalimentario para adaptarse a nuevas exigencias regulatorias, fortalecer su posición en el mercado internacional y diversificar socios comerciales. La interdependencia con Estados Unidos representa tanto una oportunidad como un riesgo, haciendo imperativo el diálogo constante y la búsqueda de soluciones conjuntas ante los desafíos emergentes.