Billetes de diseño y seguridad: el concurso global que revive el debate sobre el efectivo en México
La cuenta regresiva ya empezó para el certamen internacional que cada año reconoce al “billete más bonito del mundo”. La International Bank Note Society (IBNS), una asociación de especialistas y coleccionistas, mantendrá abiertas las nominaciones hasta el 31 de enero para seleccionar al Billete del Año 2025, un anuncio que —de acuerdo con el calendario habitual del organismo— se dará a conocer en abril. Hasta ahora, la lista considera 11 piezas de distintas regiones, con propuestas que van desde escenas culturales y fauna marina hasta trenes, arquitectura y retratos históricos.
El interés por estos premios suele ir más allá de lo estético: en el fondo, también refleja cómo los bancos centrales compiten en innovación para blindar el dinero físico contra la falsificación y, al mismo tiempo, mantener su atractivo y funcionalidad en un mundo cada vez más digital. Aunque en México crece el uso de transferencias y pagos con tarjeta —impulsado por herramientas como CoDi, la banca móvil y la expansión de terminales—, el efectivo sigue siendo clave para millones de transacciones diarias, particularmente en el comercio minorista y en segmentos con menor acceso a servicios financieros.
La IBNS establece reglas claras: el billete debe haberse puesto en circulación por primera vez en el año de la nominación (2025), debe ser de uso corriente (no conmemorativo) y se evalúan tanto el mérito artístico —equilibrio, colores, contraste y composición— como rasgos de seguridad y manufactura. La votación la realizan miembros del organismo en línea y cada uno asigna tres preferencias con un sistema de puntos; el diseño con mayor puntaje se lleva el reconocimiento anual.
Entre los nominados figuran, por ejemplo, un billete chino de 20 yuanes con una paleta de rojos y verdes y motivos del Festival de Primavera, así como un billete caribeño de 200 florines con elementos marinos y un puente emblemático. Emiratos Árabes Unidos compite con 100 dírhams que mezcla símbolos históricos con infraestructura moderna —como un tren y actividad portuaria—, mientras que también aparecen piezas de polímero y papel de territorios y países como Islas Malvinas, Libia, Macao, Bangladesh, Kazajistán, Irán, Papúa Nueva Guinea y Belice, muchas de ellas con hilos de seguridad, marcas de agua y acabados avanzados.
Para México, este tipo de certámenes funciona como termómetro indirecto de tendencias globales en emisión de billetes: mayor presencia de sustratos de polímero, más capas de verificación pública (ventanas transparentes, relieves táctiles, tintas dinámicas) y diseños pensados para resistir el desgaste. El Banco de México, por su parte, ha transitado en los últimos años hacia una familia de billetes con narrativas históricas y ecosistemas, además de mejoras graduales en elementos de seguridad, en un contexto donde el combate a la falsificación es permanente y donde la durabilidad del billete se traduce en menores costos de reposición.
El debate del efectivo, sin embargo, no se reduce al diseño. En el entorno macroeconómico mexicano, la evolución del consumo, la inflación y el costo del financiamiento también influyen en la preferencia por medios de pago. Con una política monetaria que se ha mantenido restrictiva para consolidar la convergencia inflacionaria y con un crecimiento que depende en buena medida de la demanda interna y del impulso manufacturero ligado a Norteamérica, el dinero en circulación sigue siendo un indicador relevante: acompaña el dinamismo del comercio, pero también convive con una economía que aún presenta niveles altos de informalidad.
Hacia adelante, el avance de pagos digitales y la posible modernización de infraestructuras de cobro no necesariamente desplazarán al billete en el corto plazo; más bien, es probable que México mantenga un esquema híbrido. En ese escenario, los bancos centrales enfrentan un doble reto: garantizar que el efectivo sea seguro, accesible y resistente, y al mismo tiempo facilitar alternativas digitales confiables y de bajo costo. La competencia internacional por “el billete más bonito” termina siendo una vitrina de ese esfuerzo: comunicar identidad, elevar seguridad y sostener la confianza del público en el dinero.
En síntesis, la contienda de la IBNS pone sobre la mesa una conversación vigente para México: el efectivo sigue teniendo un papel central en la vida cotidiana, aun cuando la digitalización avanza. El diseño y las medidas antifalsificación no son un lujo, sino parte de la infraestructura económica; su evolución anticipa hacia dónde se mueve la industria del papel moneda en un país que transita, de manera gradual, hacia un ecosistema de pagos más moderno pero todavía desigual.





