Apoyo agrícola de EU por 12,000 mdd perfila efectos mixtos para el campo y los precios en México
La Casa Blanca prepara un paquete de apoyo por 12,000 millones de dólares para productores agrícolas de Estados Unidos con el fin de mitigar el impacto de sus tensiones comerciales, particularmente la pérdida de ventas de soya a China. Dado el alto grado de integración agroalimentaria entre México y su principal socio comercial bajo el T-MEC, la medida podría tener efectos inmediatos en los precios internacionales de granos y en la dinámica de costos para la industria alimentaria mexicana.
El respaldo estadounidense busca compensar a agricultores y ganaderos por caídas de ingresos derivadas de desvíos de demanda hacia proveedores sudamericanos, en un contexto de cosechas abundantes y precios internacionales presionados. En el pasado, programas de alivio similares han apuntalado la producción de cultivos como maíz, soya y algodón, así como a cadenas de valor vinculadas a carne porcina y bovina, lo que tiende a ampliar la oferta y, por ende, a moderar las cotizaciones globales.
Para México, un descenso adicional en los precios de soya y maíz —insumos clave para la industria pecuaria, avícola y de lácteos— implicaría menores costos de alimentación animal y cierto respiro en la inflación de alimentos procesados. El país importa grandes volúmenes de granos y oleaginosas desde Estados Unidos, por lo que un abaratamiento en origen, sumado a episodios de fortaleza del peso observados recientemente, podría moderar presiones de costos en la canasta básica.
Sin embargo, el efecto no sería homogéneo. Productores nacionales de granos y oleaginosas enfrentarían mayor competencia de importaciones más baratas, en un momento retador por la sequía prolongada, la presión sobre acuíferos y la volatilidad de insumos como diésel y fertilizantes. Programas domésticos de apoyo —como Producción para el Bienestar— y medidas arancelarias temporales para estabilizar precios, aplicadas en los últimos años, podrían verse puestos a prueba si la brecha de costos con el producto importado se amplía.
En el plano regulatorio, los apoyos internos de Estados Unidos se enmarcan en los compromisos multilaterales de la OMC y en la convivencia con el T-MEC, que no prohíbe per se los subsidios agrícolas pero sí abre la puerta a consultas si se detectan efectos de distorsión comercial. México ha recurrido poco a controversias por apoyos agrícolas en Norteamérica, aunque el monitoreo de flujos y precios será clave para determinar eventuales afectaciones a productores específicos.
El pulso macroeconómico también incide. La inflación general en México se ha venido moderando respecto de los picos de 2022, pero los alimentos han mostrado persistencia. Movimientos del tipo de cambio, los recortes graduales de tasas por parte de Banco de México y la trayectoria de precios internacionales de granos serán determinantes para la formación de precios al consumidor. En paralelo, las remesas récord y el empuje del nearshoring sostienen la demanda interna, mientras el sector primario sigue vulnerable a choques climáticos.
Hacia adelante, el mercado estará atento al diseño fino del paquete estadounidense: qué cultivos y cadenas serán elegibles, cómo se asignarán los recursos y por cuánto tiempo. Para México, la respuesta podría ir desde ajustes logísticos y de inventarios por parte de agroindustrias, hasta medidas focalizadas de apoyo a productores más expuestos. La gestión del agua y la eficiencia productiva serán variables decisivas para que el campo mexicano resista periodos de precios deprimidos sin perder competitividad.
En síntesis, un apoyo agrícola de gran escala en Estados Unidos tendería a suavizar precios internacionales y aliviar costos de la cadena alimentaria mexicana en el corto plazo, pero también intensificaría la competencia sobre productores locales de granos. La vigilancia de flujos comerciales, la evolución del clima y la coordinación de políticas públicas serán claves para equilibrar estabilización de precios con la sostenibilidad del campo nacional.
