La desaceleración de China reconfigura el tablero para México: comercio, precios y nearshoring en la mira
La pérdida de dinamismo en la economía china, que recientemente mostró un crecimiento por debajo de 5% con debilidad en el consumo interno y mayores tensiones comerciales, añade una capa de complejidad al panorama para México. El enfriamiento del gigante asiático tiende a modificar flujos de comercio, precios de insumos y decisiones de inversión globales, factores que inciden de manera directa en la manufactura exportadora mexicana y en la trayectoria de la inflación.
Para México, principal socio comercial de Estados Unidos desde 2023, el reacomodo del comercio internacional abre oportunidades y riesgos. Por un lado, la tendencia a diversificar proveedores fuera de China puede favorecer a la industria nacional en cadenas de valor automotrices, electrónicas y de equipo eléctrico. Por otro, una China con menor demanda interna y mayor presión por exportar podría intensificar la competencia de precios en mercados globales, presionando márgenes de productores mexicanos y complicando la sustitución de importaciones en segmentos sensibles.
El impacto en precios es un canal clave. Un menor apetito chino por materias primas tiende a moderar cotizaciones de metales industriales y fletes, lo que ayuda al proceso desinflacionario en México observado a lo largo de 2023-2024, particularmente en mercancías. Esta dinámica podría dar cierto margen a la política monetaria para mantener un sesgo prudente y, eventualmente, avanzar en una normalización ordenada de tasas, siempre sujeta a la evolución de la inflación de servicios, el traspaso cambiario y las condiciones financieras externas.
La interdependencia también se refleja en insumos: buena parte de las cadenas mexicanas importa componentes de Asia. Si China opta por una estrategia exportadora más agresiva, los costos de ciertos insumos podrían abaratarse, pero a costa de una competencia más intensa para la producción final instalada en México. El balance dependerá de reglas de origen del T-MEC, los costos logísticos, la disponibilidad de energía y agua, y la capacidad para reducir tiempos de despacho en aduanas.
En inversión, el nearshoring sigue siendo un vector central. La ocupación elevada en parques industriales del norte y el Bajío y el interés de empresas por acercar producción a América del Norte confirman la oportunidad. No obstante, para maximizar su captación México necesita acelerar la expansión de infraestructura eléctrica y de transmisión, garantizar suministro hídrico en polos fabriles, profundizar la capacitación laboral y dar certidumbre regulatoria. El desarrollo del Corredor Interoceánico del Istmo y la modernización portuaria y ferroviaria pueden reforzar esta agenda si se consolidan con reglas claras y ejecución sostenida.
El sector automotriz ilustra el reto. La transición hacia vehículos eléctricos y las nuevas reglas de origen exigen mayor contenido regional. Las restricciones en Estados Unidos a productos chinos, en particular en electromovilidad, pueden desviar inversión a México, pero también elevan los controles para evitar triangulaciones. La coordinación regulatoria en Norteamérica será determinante para que la atracción de plantas y proveedores se traduzca en más encadenamientos locales y empleo formal.
En el frente energético y fiscal, un menor precio del petróleo por señales de menor demanda global aliviaría el costo de importación de combustibles, pero también reduciría los ingresos petroleros. La mezcla mexicana, la carga financiera de Pemex y la necesidad de inversión en logística de combustibles seguirán siendo variables sensibles para el balance público y para los costos de producción de la industria.
El tipo de cambio seguirá actuando como válvula de ajuste. La resiliencia del peso ha descansado en diferenciales de tasas, flujos a deuda local, remesas y expectativas de inversión; sin embargo, un episodio de aversión global al riesgo por China u otros choques podría traducirse en mayor volatilidad. Para las empresas, fortalecer coberturas de tipo de cambio y revisar contratos de suministro será clave ante posibles cambios en precios y tiempos de entrega.
Hacia adelante, la desaceleración china no cancela la oportunidad mexicana, pero sí eleva la exigencia: capturar relocalizaciones con infraestructura y talento, mantener anclajes macro (inflación a la baja, prudencia fiscal y monetaria) y asegurar cumplimiento del T-MEC rumbo a su revisión en 2026. La combinación de certidumbre y ejecución determinará qué tanto del reacomodo global se traduce en crecimiento sostenido y productividad.
En síntesis, un China más lento implica para México menores presiones de costos y nuevas ventanas para exportar, pero también competencia más dura y la necesidad de acelerar reformas e inversiones habilitadoras. La balanza final dependerá de la capacidad del país para convertir el nearshoring en encadenamientos profundos, al tiempo que preserva estabilidad macro y mejora logística, energía y capital humano.