Desinflación en Estados Unidos reduce presiones externas sobre México, pero Banxico mantiene cautela
La moderación reciente de la inflación en Estados Unidos envía una señal favorable para México al disminuir, en el margen, las presiones de precios importados. Dado el alto grado de integración comercial entre ambos países, una inflación estadounidense más contenida suele traducirse en menores costos para insumos intermedios, equipo y bienes de consumo que México importa, además de contribuir a un entorno cambiario potencialmente menos volátil.
Para la economía mexicana, el canal de transmisión opera por múltiples vías: tipo de cambio, precios de energéticos y dinámica de comercio exterior. Una desinflación sostenida en Estados Unidos puede aliviar presiones sobre bienes comerciables y ciertos servicios vinculados a logística, mientras que una política monetaria menos restrictiva en ese país, si se materializa, podría reducir el costo de financiamiento global. No obstante, un enfriamiento mayor de la demanda estadounidense también implicaría riesgos para las exportaciones manufactureras mexicanas, particularmente en sectores como automotriz, equipo eléctrico y electrónicos.
En el frente interno, el Banco de México ha privilegiado una postura restrictiva para llevar la inflación hacia la meta de 3% ±1 punto. Tras un primer recorte en 2024, la Junta ha reiterado que cualquier ajuste adicional dependerá del comportamiento de la inflación, de las expectativas y de la trayectoria de la inflación subyacente, en especial en servicios, donde la rigidez de precios se ha mostrado más persistente. La autoridad ha subrayado que, si bien observa el ciclo de la Reserva Federal, sus decisiones no son mecánicas ni están predeterminadas por el calendario estadounidense.
La inflación general en México se ha moderado de los máximos alcanzados en 2022, con mayor alivio en mercancías y alimentos procesados, mientras que los servicios continúan mostrando inercia por costos laborales y una demanda interna que, si bien se normaliza, permanece resiliente. Energéticos y tarifas administradas han aportado estabilidad relativa, apoyadas por estacionalidad y política de precios públicos, en tanto que los agropecuarios siguen sujetos a choques climáticos y de oferta.
El desempeño macro también está marcado por remesas en niveles elevados, que sostienen el consumo de los hogares, y por expectativas positivas asociadas al reordenamiento de cadenas de suministro y la relocalización de inversiones (nearshoring). Este último factor ha impulsado anuncios de inversión y demanda por espacios industriales en el norte y el Bajío, pero enfrenta cuellos de botella en infraestructura eléctrica, agua y logística que podrían limitar su velocidad y, a la vez, presionar algunos precios locales de servicios y rentas.
Hacia adelante, un entorno externo con menor inflación y precios de materias primas estables sería consistente con una desinflación gradual en México, siempre que el tipo de cambio conserve orden y las expectativas permanezcan ancladas. Entre los riesgos destacan choques climáticos que encarezcan alimentos, tensiones geopolíticas que eleven el petróleo, episodios de volatilidad financiera global y ajustes salariales por encima de la productividad que mantengan firme la inflación de servicios. En el lado favorable, una consolidación fiscal ordenada y mejoras en capacidad energética y logística podrían potenciar la inversión y aliviar presiones de costos.
En síntesis, la menor inflación en Estados Unidos reduce un foco de riesgo externo para México, pero el reto doméstico persiste en servicios y expectativas. Banxico conservará un sesgo prudente, calibrando espacio para recortes con base en datos. La trayectoria del tipo de cambio, la evolución de los precios agropecuarios y el balance entre crecimiento y estabilidad serán las variables a seguir en los próximos meses.





