México, bajo lupa por mayor ingreso de acero extrarregional y tensiones con reglas del T-MEC
La industria siderúrgica de Estados Unidos volvió a poner a México en el centro del debate sobre la integración regional. De acuerdo con el American Iron and Steel Institute (AISI), las compras de acero provenientes de fuera de Norteamérica realizadas por México y Canadá crecieron de 12.3 millones de toneladas en 2014 a 21.5 millones en 2024, con la mayor parte del aumento concentrado en México (alrededor de 16 millones de toneladas). Según el informe enviado a la Oficina del Representante Comercial de Estados Unidos (USTR), ese flujo ya equivale a 45% del mercado mexicano y presiona la lógica de encadenamientos del T-MEC.
El AISI argumenta que el acero extrarregional, procesado en México y utilizado en sectores intensivos como el automotriz, reduce oportunidades para fabricantes de la región y suaviza los incentivos de contenido local del T-MEC. Recuerda que el tratado requiere que al menos 70% del acero adquirido por las armadoras sea de origen norteamericano y sostiene que la verificación del origen en la etapa de “melt and pour” (fundición y colada) aún no se aplica de manera uniforme, lo que permitiría transformaciones mínimas en México o Canadá y un posible desvío de comercio. También advierte sobre intentos de evadir medidas estadounidenses bajo la Sección 232 a través de operaciones de reetiquetado.
Como respuesta, el AISI propone que México replique la política estadounidense de defensa comercial: un arancel elevado a todas las importaciones de acero no originarias de Norteamérica, sin excepciones por acuerdos, para construir un “muro tarifario” común. El instituto también sugiere revisar programas como IMMEX, PROSEC y la Regla 8, que facilitan la importación temporal o con aranceles reducidos de insumos para exportación, y pide mayor transparencia con datos públicos y detallados —incluido el origen “melt and pour”— para detectar transbordos y subvaluación. Estados Unidos y Canadá ya recaban esa información de forma sistemática.
La visión desde México matiza el diagnóstico. La región consumió alrededor de 130 millones de toneladas de acero en 2024 y produjo cerca de 106 millones, un déficit que obliga a complementar con importaciones. A ello se suman factores internos: la demanda asociada al auge del nearshoring en manufacturas, la presión de cadenas automotrices y de línea blanca, y cuellos de botella locales. La crisis operativa de algunos productores —como Altos Hornos en años recientes— redujo temporalmente la oferta doméstica, mientras que expansiones de empresas presentes en el país requieren tiempo para madurar. Todo ocurre en un contexto de costos logísticos todavía elevados y de energía con episodios de tensión, lo que incide en precios y disponibilidad.
En el plano regulatorio, México retiró junto con Estados Unidos y Canadá la aplicación recíproca de la Sección 232 en 2019 y estableció mecanismos de monitoreo. En paralelo, ha utilizado herramientas como salvaguardas temporales y ajustes a aranceles de nación más favorecida para ciertas fracciones de acero, además de investigaciones antidumping a productos de orígenes específicos. La Secretaría de Economía defiende que los esquemas IMMEX y PROSEC son pilares de la plataforma exportadora y que cualquier ajuste debe cuidar la competitividad de los eslabones manufactureros que han hecho de México el principal socio comercial de Estados Unidos en los últimos años.
Con la revisión del T-MEC prevista para 2026, el tema del acero se perfila como uno de los expedientes más sensibles. En el frente técnico, una opción es avanzar hacia un estándar trilateral de trazabilidad —incluida la certificación del “melt and pour”—, intercambio aduanero en tiempo real y reglas claras para semiterminados extrarregionales bajo cupos temporales, atadas a nuevas inversiones que cierren la brecha de capacidad. En el frente productivo, el nearshoring abre una ventana para atraer hornos de arco eléctrico, reciclaje de chatarra y la descarbonización del acero, alineando la región con exigencias ambientales globales y evitando costos futuros por mecanismos como el CBAM europeo.
Para la economía mexicana, el equilibrio es delicado. Una alineación plena con aranceles más altos podría encarecer insumos a la construcción, autopartes y electrodomésticos, con posibles efectos sobre precios y márgenes en un entorno de tasas aún elevadas y disciplina antiinflacionaria. Por el contrario, una fiscalización más estricta del origen, sin frenar insumos críticos, ayudaría a defender empleo e inversión local, y a mantener la integración con Estados Unidos y Canadá sin introducir fricciones en la frontera. La clave estará en calibrar tiempos, certidumbre energética e incentivos para ampliar capacidad, al tiempo que se cierra la puerta al desvío de comercio.
En síntesis, el repunte de importaciones de acero extrarregional vía México exhibe tanto la fortaleza manufacturera del país como sus vulnerabilidades de oferta. De cara a 2026, una solución creíble pasará por trazabilidad robusta, cooperación aduanera y una hoja de ruta de inversión que permita sustituir importaciones sin ahogar a los sectores usuarios. El reto es convertir la presión actual en una oportunidad para consolidar una “Fortaleza Norteamérica” basada en reglas claras y capacidad instalada suficiente.